La arquitectura de Barcelona: un parque temático para tus pupilas
Caminar por Barcelona es como meterte en una caja de cereales donde todo está diseñado por artistas que no dormían mucho. La ciudad es un collage de formas, colores, balcones imposibles y dragones en las fachadas. Aquí los edificios no son solo paredes: son personajes. Algunos te gritan, otros te miran raro, y hay uno que parece que va a echar a volar.
Gaudí, el arquitecto que dijo «¿líneas rectas? ¿para qué?»
Si Barcelona tuviera que elegir un Pokémon arquitectónico, sería Antoni Gaudí. Este señor no estaba bien (en el buen sentido), y gracias a eso tenemos cosas como la Sagrada Família, que lleva más tiempo en construcción que mi vida entera. Cada vez que pasas, hay un trozo nuevo. Un día tendrá WiFi y quizá alas.
Y no olvidemos la Casa Batlló, ese edificio que parece sacado de un cuento donde las paredes se derriten y las chimeneas son sombreros de duende. O la Pedrera, también llamada Casa Milà, que no tiene una línea recta ni por error. Allí todo se ondula, como si el edificio estuviera bailando sardanas.
Gaudí era un genio, pero seguramente sus albañiles lo odiaban un poco. “¿Otra pared torcida, Toni?”.
El Eixample y su obsesión con el orden
Después del caos modernista viene el señorito Ildefons Cerdà, que dijo: «aquí se va a construir como Dios manda». Y así nació el Eixample, el barrio más cuadriculado del mundo. Literal. Si lo miras desde el cielo, parece un tablero de ajedrez. O una partida de Tetris bien hecha.
Las calles son amplias, las manzanas tienen forma de octágono (¿por qué no?) y los balcones se saludan entre sí. Es perfecto para perderte sin perderte del todo. Eso sí, si quedas con alguien en la calle Mallorca, no te olvides de preguntar el número exacto… o acabarás en otra dimensión.
Raval, Gòtic y ese encanto que cruje
Mientras el Eixample es un Excel, el Barrio Gótico y el Raval son un libro de historia con olor a humedad. Sus calles son tan estrechas que si estornudas puedes despertar a un gato que duerme a tres pisos de altura. Pero qué encanto, oye.
Aquí todo es más caótico, pero también más auténtico. Balcones llenos de plantas, ropa tendida, vírgenes en las esquinas, y una mezcla de estilos que ni el DJ más moderno. Gótico, medieval, romano… y a veces alguna tienda de vapeadores metida en un edificio del siglo XIV.
Rascacielos raros y experimentos modernos
Y por supuesto, Barcelona también juega al futuro. Ahí está la Torre Glòries (sí, la de forma fálica, digámoslo ya), que brilla como una discoteca de noche y confunde a los abuelos. O el MACBA, un cubo blanco donde lo mejor es ver a los skaters haciendo cosas imposibles en las escaleras.
La ciudad mezcla siglos como quien mezcla tapas: un poco de gótico, un poco de hierro, algo de cristal y un toque de locura. Y funciona. Porque en Barcelona, hasta las piedras tienen estilo.